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Authors: Julian Barnes

Tags: #Humor, Referencia, Relato

El loro de Flaubert (7 page)

BOOK: El loro de Flaubert
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La «muchedumbre de compañeros», inútil subrayarlo, no está formada por personas que invita a su casa sino por amigos cogidos de los estantes de la biblioteca. En cuanto a la piel de oso, es un tema que siempre le preocupó: escribió dos veces desde Oriente (Constantinopla, abril de 1850; Benisouëf, junio de 1850) pidiéndole a su madre que se la cuidara. También su sobrina Caroline recordaba muy bien esa alfombra de piel de oso que era la principal característica de su estudio. La conducían hasta allí, para recibir lecciones, a la una en punto. Las persianas estaban siempre cerradas, para que no entrase el calor, y en la oscura habitación reinaban los olores del pebete y el tabaco. «Solía lanzarme de un salto a la gran piel de oso blanco que tanto me gustaba, y le cubría de besos su enorme cabeza.»

En cuanto caces el oso
, dice el proverbio macedonio,
bailará para ti
. Gustave no bailaba; Flaubert no era el oso de nadie. (¿Cómo se diría eso en francés? Quizá,
Gourstave
.)

OSO: Generalmente se llama Martin. Cítese la anécdota del viejo soldado que vio caer un reloj al foso de los osos, bajó a por él, y fue comido.

Dictionnaire des idées reçues

Gustave también es otros animales. De joven fue montones de fieras: ansioso por ver a Ernest Chevalier, es «un león, un tigre, un tigre de la India, una boa» (1841); cuando se siente extrañamente pletórico de fuerzas, es «un buey, una esfinge, un alcaraván, un elefante, una ballena» (1841); posteriormente, los escoge de uno en uno. Es una ostra en su concha (1845); un caracol en su concha (1851); un erizo enroscándose para protegerse (1853, 1857). Es un lagarto literario tostándose al sol de la Belleza (1846), y una curruca de estridente gorjeo que se oculta en la espesura de los bosques para que nadie pueda escucharla (también de 1846). Se enternece como una vaca (1867); se siente tan fatigado como un asno (1867); pero también chapotea en el Sena como una marsopa (1870). Trabaja como una mula (1852); vive una vida capaz de matar a tres rinocerontes (1872); trabaja «como XV bueyes" (1878); pero le aconseja a Louise Colet que se encierre a trabajar en su madriguera como un topo (1853). Para Louise es como «un búfalo salvaje de las praderas americanas» (1846). Para George Sand, en cambio, es «manso como un cordero», (1866) cosa que él niega (1869) y cuando están juntos, George Sand y él hablan como cotorras (1866); al cabo de diez años, Gustave llora en el entierro de ella como una ternera (1876). Solo en su estudio, termina el relato que escribió especialmente para ella, la historia del loro; aúlla «como un gorila» (1876).

De vez en cuando coquetea con el rinoceronte y el camello como imágenes de sí mismo, pera principal, secreta, esencialmente, es el Oso: un oso testarudo (1852), un oso profundamente hundido en su osez por culpa de la necedad de su época (1853), un oso sarnoso (1854) y hasta un oso disecado (1869); y sigue así hasta el último año de su vida, cuando sigue «rugiendo tan fuerte como un oso en su cueva» (1880). Debería tenerse en cuenta, además, que en
Hérodias
, la última de las obras que Flaubert llegó a terminar, el proneta Iaokannan, que está encarcelarlo, contesta, cuando le dicen que deje de aullar sus denuncias contra el mundo corrupto que le rodea, dice que también él seguirá gritando «como un oso».

La palabra humana es como una caldera rota en la que tocamos melodías para que bailen los osos, cuando quisiéramos conmover a las estrellas.

Madame Bovary

Todavía rondaban osos por los bosques en tiempos de
Gourstave
: osos pardos en los Alpes, osos castaños en Saboya. Los mejores comerciantes de carnes en salazón vendían jamones de oso. Alexandre Dumas comió filete de oso en el Hôtel de la Poste de Marigny en 1832; posteriormente, en su
Grand Dictionnaire de cuisine
(1870), señaló que «todos los pueblos europeos consumen actualmente carne de oso». El chef de los Reyes de Prusia le dio a Dumas una receta para cocinar las patas de oso a la moscovita. Hay que comprar las patas peladas. Lavarlas, salarlas y dejarlas en adobo durante tres días. Cocer en una cacerola con tocino y verdura durante siete u ocho horas; escurrirlas, secarlas, espolvorearlas con pimienta y engrasarlas con manteca derretida. Rebozarlas luego con miga de pan y ponerlas durante una hora a la parrilla. Servirlas con salsa picante y dos cucharadas de jalea de grosella.

No se tiene noticia de si
Flaubear
comió alguna vez carne de su tocayo. Comió dromedario el año 1850, en Damasco. Parece sensato deducir que si hubiese comido oso habría comentado esa ipsofagia.

¿Qué especie de oso era exactamente Flaubert? Podemos seguir el rastro de la correspondencia. Al principio no es más que un simple
ours
, un oso (1841). Sigue siendo un simple oso —pero propietario ya de una osera— en 1843, en enero de 1845, y en mayo de 1845 (a estas alturas empieza a jactarse de que posee tres capas de pelo). En junio de 1845 quiere adquirir el retrato de un oso para su habitación, con intención de ponerle como título «Retrato de Gustave Flaubert», lo que le servirá para «indicar mi disposición moral y mi temperamento social». Hasta ahora quizá hemos estado imaginando (al igual que él) un animal oscuro: un oso pardo americano, un oso negro ruso, un oso castaño de Saboya. Pero en septiembre de 1845 Gustave anuncia con la mayor firmeza que es «un oso blanco».

¿Por qué? ¿Acaso porque es un oso que también es un blanco europeo? ¿Procede esa identificación de la piel de oso que usa como alfombra en su estudio (y que menciona por vez primera en una carta dirigida a Louise Colet con fecha de agosto de 1846, en la que le cuenta que le gusta tenderse en ella durante el día. ¿Eligió esta especie a fin de poder tumbarse en su alfombra, que así le servía para hacer juegos de palabras y para camuflarse)? ¿O bien indica esta coloración un nuevo grado de alejamiento de la humanidad, un avance hacia los más remotos extremos de la osez? Los osos pardos, negros y castaños no viven tan lejos del ser humano, del hombre de la ciudad, ni de la amistad de los hombres. Los osos de colores son los más fáciles de domar. Ahora bien, ¿se puede domar un oso blanco, un oso polar? Este no es el oso que baila para hacer reír al hombre; no come bayas; no se le puede atrapar aprovechando su debilidad por la miel.

Los otros osos tienen sus usos. Los romanos importaron osos británicos para sus circos. Los habitantes de Kamchatka, una región de la Siberia Oriental, utilizan los intestinos de los osos para hacerse con ellos unas máscaras que les protegían de los rayos del sol. Y utilizaban también sus omóplatos afilados para segar la hierba. En cambio el oso blanco, el Tnalarctos maritimus, es el aristócrata de los osos. Frío, distante, se zambulle con elegancia para cazar peces, tiende emboscadas a las focas cuando emergen para respirar. El oso marítimo. Recorren grandes distancias, se dejan llevar por los bloques de hielo que flotan en el mar. Durante un invierno del siglo pasado, doce grandes osos blancos llegaron por este procedimiento hasta Islandia; se les puede imaginar montados en sus tronos a medio derretir, para tomar tierra aterradoramente, como dioses. William Scoresby, explorador del Ártico, señaló que el hígado del oso es venenoso: no hay ninguna otra parte de ningún cuadrúpedo que lo sea. Entre los directores de los parques zoológicos, no hay ninguno que haya conseguido un embarazo de un oso polar. Otros datos extraños que a Flaubert no le hubieran extrañado:

«Cuando los lacontes, pueblo siberiano, encuentran un oso, se descubren la cabeza, le saludan, le llaman jefe, viejo o abuelo, y le prometen que no le atacarán y que jamás hablarán mal de él. Pero si da señales de tener intenciones de arrojarse sobre ellos, le disparan, y, si le matan, lo parten en pedazos, lo asan y se regalan con su carne hasta agotarla, sin dejar de repetir: «No somos nosotros los que te comen, sino los rusos.»

A.—F. Aulagnier,
Dictionnaire des Aliments et des Boissons

¿Había otros motivos para que decidiese ser un oso? El sentido figurado de
ours
es bastante parecido al de su equivalente inglés: un tipo tosco y salvaje. Ours, en argot, significa celda de la comisaría.
Avoir ses ours
, tener tus propios osos, significa «tener la regla» (presumiblemente porque en esos momentos se supone que una mujer se comporta como un oso al que le duele la cabeza). Los etimólogos han encontrado las primeras manifestaciones de este coloquialismo a finales de siglo (Flaubert no lo utiliza; prefiere
les Anglais sont débarqués
, [«Los ingleses ya han desembarcado.» Recuérdese que las tropas inglesas llevaban casacas rojas. (N. del T.)] y otras variaciones humorísticas por el estilo. En una ocasión, tras haber mostrado su preocupación por la irregularidad de Louise Colet, nota finalmente con alivio que Lord Palmerston ya ha llegado).
Un ours mal léché
, un oso mal lamido, es una persona grosera de carácter misántropo. Más apropiado para el caso de Flaubert, un ours era el térmíno de argot que se usaba en el siglo XIX para hablar de una obra de teatro que había sido presentada y rechazada muchas veces, pero al final aceptada.

No hay duda de que Flaubert conocía la fábula de La Fontaine acerca del Oso y el amante de los jardines. Había una vez un oso, un ser deforme y feo, que se escondía del mundo y vivía completamente solo en un bosque. Al cabo de un tiempo comenzó a sentirse melancólico y frenético, pues «ciertamente, raras veces habita mucho tiempo la Razón entre los anchorites». De modo que emprendió el camino y se encontró con un jardinero que también llevaba una vida hermética y que también anhelaba encontrarse con alguien que le hiciese compañía. El oso se mudó a la casucha del jardinero. El jardinero se había convertido en un ermitaño porque no soportaba a los necios; pero como el oso apenas pronunciaba tres palabras en todo el día, pudo seguir haciendo su trabajo sin que nadie le estorbase. El oso solía salir de caza, y regresaba a casa con comida para los dos. Cuando el jardinero se acostaba, el oso se quedaba sentado a su lado y asustaba a las moscas que intentaban posarse en su cara. Un día, una mosca se posó en la punta de la nariz del jardinero, y no hubo modo de echarla de allí. El oso se enfadó muchísimo con la mosca y al final cogió una piedra muy grande y consiguió matarla. Por desgracia, de la pedrada le exprimió los sesos al jardinero.

Quizá también Louise Colet conocía esta historia.

EL CAMELLO

Si no hubiera sido Oso, Gustave hubiera podido ser Camello. En enero de 1852 le escribe una carta a Louise en la que, una vez más, le explica hasta qué punto es incorregible: es tal como es, no puede cambiar, no está en su mano, está sometido a la gravedad de las cosas, esa gravedad «que hace que el oso polar habite las regiones heladas y que el camello camine por la arena». ¿Por qué el camello? Quizá porque es un magnífico ejemplo de la visión flaubertiana de lo grotesco: por mucho que se esfuerce, no puede evitar el ser a la vez serio y cómico. Desde El Cairo Gustave informa: «El camello es una de las cosas más bellas. No me canso nunca de ver pasar a este extraño animal que anda a trompicones como un pavo y menea el culo como un cisne. Por muchos esfuerzos que haga, no consigo reproducir su voz. Espero llevarme conmigo esa imitación cuando regrese, pero es difícil debido a cierto gorgoteo que tiembla en el fondo del estertor que emiten.»

Esta especie también hacía gala de un rasgo de carácter muy conocido por Flaubert: «Tanto en la actividad física como en la mental, soy como un dromedario, al que cuesta muchísimo poner en marcha y, una vez en marcha, detener; lo que necesito es la continuidad, sea de descanso o de movimiento.» Esta analogía de 1853, una vez puesta en marcha, también resulta difícil de detener: todavía la encontramos en activo en una carta dirigida a George Sand en 1868.

Chameau
, camello, era el término con que se designaba en argot a las cortesanas viejas. No creo que a Flaubert le hubiese molestado esta asociación.

EL CORDERO

A Flaubert le encantaban las ferias: los saltimbanquis, las mujeres gigantes, los osos bailones. En Marsella visitó una barraca del puerto que anunciaba mujeres-c.ordero, que circulaban por entre los marineros que, a su vez, les tiraban de sus greñas para ver si eran de verdad. No era un espectáculo de categoría: «No puede haber nada tan imbécil ni tan sucio», informó. Le impresionó mucho más la feria que vio en Guérande, una vieja ciudad fortificada al noroeste de St. Nazaire, que visitó durante su viaje a pie por Bretaña en compañía de Du Camp, en 1847. Una barraca de un taimado campesino con acento de la Picardie anunciaba a un «joven fenómeno»: resultó ser un cordero de cinco patas, con la cola en forma de trompeta. A Flaubert le gustó muchísimo, no sólo el monstruo sino también su propietario. Sintió por el animal una admiración que casi rozaba el éxtasis; invitó a su dueño a cenar, le aseguró que ganaría una fortuna, y le aconsejó que escribiese una carta al rey Louis Philippe explicándole el asunto. Al final de la velada, y ante la evidente desaprobación de Du Camp, ya se tuteaban.

«El joven fenómeno» fascinó a Flaubert, y entró a formar parte de su vocabulario zumbón. Cuando él y Du Camp caminaban por el campo, Gustave conducía a su amigo hacia el bosque y los matorrales y, con burlona seriedad, le decía: «Permítame que le presente al joven fenómeno.» En Brest volvió a tropezarse con el taimado pícaro y su monstruo, cenó y se emborrachó con él, y volvió a elogiar a su magnífico animal. Era frecuente que tuviera manías frívolas como ésta; Du Camp esperó a que ésta se le pasara, como se pasan unas fiebres.

Al año siguiente, en París, Du Camp se puso enfermo, y tuvo que guardar cama. A las cuatro de la tarde, oyó un día un gran jaleo en el rellano, frente a su puerta, y ésta se abrió de golpe. Entró Gustave, seguido por el cordero de cinco patas y su dueño, vestido con un blusón azul. Alguna feria de los Invalides o de los Champs-E.lysées les había conducido hasta allí, y Flaubert quiso compartir su descubrimiento con su amigo. Du Camp observa secamente que el cordero «no supo comportarse». Tampoco supo Gustave, que pidió vino a gritos, se puso a dar vueltas por la habitación con el animal, explicando a voces sus virtudes: «Este joven fenómeno cuenta tres años de edad, ha sido aprobado en la Académie de Médecine, y ha sido honrado por la visita de varias cabezas coronadas, etc.» Un cuarto de hora más tarde, el enfermo Du Camp ya estaba harto. «Eché de mi casa al cordero y a su dueño, e hice barrer la habitación.»

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